jueves, 25 de octubre de 2007

Me verás volver


La imaginación todo lo pudo, después de 10 años se juntaron por dudosas razones –que digo, por dinero-, pero fue una noche de seducción para quienes esperábamos volver a ver a Soda, que realmente nos llevo hasta el extremo y la sed se acumulaba con la espera.

En un Estadio Nacional repleto con más de sesenta y cinco mil almas que coreaban cada canción de este grupo icono del rock latino los ochenta, el 24 de octubre hicieron rugir el recinto deportivo. Todos acudiendo sus cabezas al son de los ritmos que marcaron más que a una generación.

Hubo canciones que se echaron de menos, si ya tocaron más de dos horas y media, perfectamente podrían haber llegado a las tres horas. Pero no todo lo bueno dura para toda la vida, de todos modos podríamos haber comido de la carne de Gustavo, de Charlie o Z sin ningún problema –haciendo alusión a entre caníbales-.

De todos modos, yo habría puesto un disco eterno toda la noche feliz de la vida. Además, de la excelente música que realiza esta banda, es importante destacar el gran trabajo de iluminación que hubo en la puesta en escena que iba en perfecta armonía con los sonidos y con el personaje que ponía las imágenes en las tres pantallas repartidas por el estadio. Con estas características se creo un espíritu perfecto que creaba la alta fidelidad de los espectadores del show.

Así el espectáculo tuvo sus momentos de risa, con ese reggaeton rockero que introdujeron en la canción cuando pase el temblor, o después del show al revisar las fotos de prensa al día siguiente y verme corriendo desaforadamente en una de ellas o momentos de emoción al escuchar trátame suavemente o persiana americana.

martes, 16 de octubre de 2007

Llegar y llevar

Llegar y llevar

Quién dice que Chile es un país peligros y que en las naciones del primer mundo la delincuencia no existe. Quién se atemoriza de salir a la calle en este Santiago de terror.

Hay ciudades bellas, libres de contaminación y que son tanto o más peligrosas que nuestra capital. Es difícil de olvidar cuando hace unos meses estaba maravillada caminando por San Francisco, un lugar tranquilo aparentemente, iba por todos estos sectores donde la revolución hippie tuvo su apogeo en los 60’s, hermosa avenida llena de tiendas, pubs y que finaliza con un gran parque, ello en la calle Haight.

En ese bello caminar, la sed me superaba y el hambre comenzaba a tener efectos en mi estomago, luego de mirar a un lindo hippie que paseaba junto a mí, me dispuse a entrar a una tienda para practicar mi mal inglés y hacer unas compras. Mientras estaba concentrada eligiendo un agua mineral y un gran chocolate, entran un par de hombres al local, no causaron mayor conmoción.












Al dirigirme a pagar, me doy cuenta que el lindo niño que había visto antes estaba ahí nos miramos largo rato... hasta que me tocó cancelar en la caja, en ese instante veo que a la dueña de la tienda se le desorbitaron los ojos y se puso a gritar cosas que no entendía. Me doy media vuelta y observo que los hombres que habían entrado después que yo estaban asaltando el lugar, después de llevarse lo que estaba a su alcance, la señora salió corriendo tras ellos, quedé anonadada… pero para pasar la tensión nos pusimos a conversar con el hippie bello. La señora apareció maldiciendo a estos jóvenes que claramente nadie había visto ni intentaron detener –típica actitud que se cree chilena, pero no es clásica de un cobarde-. Pero como yo tampoco soy una heroína y no lo intentaría en ese momento, le pagué lo que llevaba y salí rápido de esta historia que me recordó otros episodios de este estilo en mi vida.

Caminé hacia al parque bloquee el asalto y me quedé con la mirada profunda y consoladora de aquel hombre que me acompañó en el instante que yo sólo temía que algo le ocurriera a la señora o cualquiera de los que estábamos en escena.

No es cierto que sólo Chile tiene problemas de delincuencia, es en todos lados, en la mayoría de las ciudades del mundo hay hombres y mujeres que creen que la vida es llegar y llevar.